Miente que algo queda...
Rafael Mies Ph.D. Académico ESE Business School y profesor visitante USD, San Diego, California
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Rafael Mies
Joseph Goebbels fue un experto en comunicaciones y uno de los más famosos asesores personales de Adolf Hitler. A él se le atribuye la campaña del terror contra el pueblo judío y la tristemente célebre frase: “miente, miente que algo queda”.
Hoy, al escuchar las noticias o leer en la prensa las declaraciones de numerosos dirigentes que ocupan puestos de liderazgo, no puedo sino recordar a este oscuro personaje de la historia moderna. Parece que para muchos de ellos sigue siendo útil usar la mentira, a veces descarada, para sostener un punto de vista, apoyar un pseudo legado o simplemente defenderse de alguna acusación.
La mentira siempre ha existido y eso es malo. Sin embargo, la facilidad y frivolidad con que una gran cantidad de “líderes” de nuestro país la está usando, me parece de máxima preocupación ya que liderar no es solo movilizar a otros hacia un bien, es además ser un ejemplo a imitar.
Cuando se señala que un funcionario público de primera importancia se toma vacaciones a dos meses de culminar un gobierno, en la propia nomenclatura de Goebbels, se trata de una mentira útil. Pues mentir no solo consiste en poner algo falso como cierto sino también en hacer reducciones y simplificaciones de la realidad con el propósito explícito de construir una historia ficticia.
Cuando se dice que “todo lo hecho hasta ahora ha sido bueno y mejor que antes”, sin mayor fundamento ni análisis y sólo haciendo uso de una posición de privilegio dada por el alto cargo del que emite ese comentario, nuevamente se usa la mentira para cambiar la percepción de la realidad.
En definitiva, al analizar gran parte del discurso de muchos dirigentes de hoy, éste más bien parece sacado del manual de comunicaciones de Goebbels que de la espontaneidad del momento.
¿Por qué sucede esto?, ¿por qué muchos de nuestros líderes se están acostumbrando a usar la mentira como si ella fuese parte de la cultura nacional?
La verdad es que la mentira es un vicio. Este mal hábito se adquiere por la repetición de actos sin consecuencias negativas. De tanto mentir y no tener una sanción los mentirosos terminan por volverse incapaces de ver el mal en su forma de actuar.
Esto no es así en todas partes. Por ejemplo, en EEUU, donde ya vivo hace un tiempo, la mentira es de los delitos más fuertes que existen. Si alguien miente a un policía, juez federal o en una simple declaración de prensa y es descubierto, se paga con sanciones muy drásticas. Ahora bien, si el que miente ejerce una posición de liderazgo o un cargo de representación pública, la falta es doblemente grave y el castigo peor. Así, los niños desde muy temprana edad aprenden a no mentir en el colegio, ni en la vía pública, ni en la casa.
No es fácil cambiar una cultura de la mentira, pero los nuevos liderazgos tienen una oportunidad de oro en intentarlo. Nuevas leyes, mayor transparencia y sanciones más fuertes ayudarán, pero nada como que aquellos que hoy nos gobiernan y lideran den mejores ejemplos de verdad y transparencia.